martes, 11 de agosto de 2009

Alucinaciones Shopenulfher Presenta:



Martín, un hippie depresivo



Una sambita navideña, Polo Norte tropical. Chorros de luz de colores en patrones circulares. Creo que he fumado demasiado de mi pipa, aunque pensándolo bien, eso es imposible, como una mujer con tetas demasiado grandes. Ciertas cosas aumentan la felicidad de manera exponencial y punto.

Me encantan los centros comerciales, es la humanidad en su máximo esplendor, allá va la vieja frígida con sus nalgas como pelotas de playa, detrás del marido que se masturba pensando en hombres asiáticos, pelón y hediondo a tabaco. Sus hijos en las filas de la clase media en negación, toman ron y bailan a ritmos de marginados que han dejado de serlo. Supongo que en los últimos tiempos la pobreza nos ha convertido a todos en marginados. Todo es lindo, concluyo, cuando no se entiende nada.

Por eso considero que los peores son los que se ven más contentos. Por lógica son los que menos saben. Mirá a la pareja, sentados sobre la banca, sobándose las manos. Ella se revuelca con su propio primo en moteles baratos. Un hábito adquirido después de una boda a los 19 años, cuando se casó la tía solterona y la familia se emborrachó hasta el bochorno de contenta. Ahora es como una adicción para ambos. La sensación de lo prohibido, el miedo a ser descubiertos, o lo peor: Un hijo con piernas de rana y tarado más allá de los límites de la estupidez.

Claro que a él, el que la hizo su novia con los más buenos e ignorantes sentimientos, no lo ha dejado ni meterle la mano en el pantalón...

Soy su fan #1.

Porque no importa. La realidad por sí misma no tiene ningún valor, la vida no es más que la interpretación artística que todos realizamos de ella. Es como una coreografía, pintada en un cuadro, descrito en un cuento.

Decía que no importa, por la pareja sentada en la banca viendo los mares de cristianos – y no tan cristianos – que circulan por las vitrinas como salmones río arriba. Creo que toda la vida es río arriba, a desovar y luego morir.

Sigo serpenteando entre la multitud, a veces agarro una que otra nalga o me froto contra una teta, sólo por el deporte. También me divierto fumando marihuana, agarro una bocanada de mi pipa discretamente y aguanto el humo adentro mientras me alejo lo más posible, luego lo suelto todo cuando nadie me está viendo. Así, de repente, el pasillo de un centro comercial empieza a oler como concierto de rock. Claro que nunca faltan las viejas imprudentes, que empiezan a buscar algo que se quema o codean a su marido para que busque al responsable. Sigo caminando sin perder mi objetivo, no había pensado que las fiestas se me vendrían encima. Espero que siga alli limpiando los vidrios de la tienda, como lo hace todos los días, a las nueve.

Allí está, no cabe duda que es linda la chaparrita. Me siento en una banca y espero a que haga contacto visual. Mi mirada está totalmente vacía mientras levanto un papel que traía cuidadosamente doblado en mi bolsa:


Me encantás
¿Cuál es tu nombre?

Ella sonríe nerviosa y baja la mirada. Enseguida regresa a mis ojos y gesticula con los labios: M – A – R – I – A – J – O –S – E

Con un gesto firme, la llamo. Maria José indica que NO con la cabeza. Dudo, el pánico aprovecha la situación, pero saco las manos de la bolsa y al cruzar los brazos lo mando de regreso a donde vino. No hay tiempo para ese tipo de debilidades en la vida.

Majo me indica que espere con la mano abierta. ¿Esperar qué?, me pregunto.
Luego señala el reloj y me muestra las dos manos como girasoles.

Que espere a las diez.

Es cuestión de prioridades. Siempre trabajo enfermo, cansado, de mal humor, loco o endiablado; me parece informal faltar por frivolidades de ese tipo. Por eso hoy me siento en derecho y legitimado para faltar por amor, o mi interpretación artística y desconfigurada del mismo.

Tengo 43 minutos y mucha ansiedad, me apresuro a una tienda de libros, siempre me marea leer los títulos: “Juventud en Éxtasis”, he querido leerlo, aunque sospecho que ya sé de que se trata, “El arte de la guerra”, “Chiflando en francés”, “Azul”, “Como superar el miedo, alcanzar la claridad, encontrar a Dios, conseguir pareja y triunfar en los negocios III”, “Las flores del mal”. Me detengo a rascarme una roncha en el brazo. El libro es de un color caliente que me invita, prometiendo miles de ideas inapropiadas, pensamientos ociosos y perniciosos para el orden social. Cuando no siento la mirada de nadie, lo meto entre mi pantalón y calzoncillo. Paso por el mostrador preguntando por el Álgebra de Baldor sin comprarlo y salgo sonriente a recoger mi premio de la vitrina.

Son las diez.

María espera sentada en la banca. Yo tengo ganas de vomitar y comienzo a oler a cansancio. Saco mis chicles de fruta y me meto uno a la boca, le doy uno a ella a manera de mensaje subliminal.
– Me llamo Ricardo.– Le digo con voz tímida. – Te vi hace unos días y he estado buscando la manera de hablarte. Espero que no pensés mal de mí, no suelo hacer este tipo de cosas.

–No te creo.– No pestañea, los músculos en su cara están relajados y su postura demuestra confianza.

– Pero no me importa, vos también me gustás.

Al sentarme en la banca noto a María muy cómoda, casi demasiado para mi gusto. Meto la mano a la bolsa por mis cigarros. Ella sonríe contenta y dice:

– No podés fumar aquí. ¿No viste que aprobaron una nueva ley?

– Mierda, es cierto. – Recuerdo que la prensa hablaba de los maricones y su Liga Contra el Cáncer.

– Conozco un lugar en el techo. – Interrumpe, con voz traviesa – ¿Si te llevo me regalás uno?– Su cara resplandece.

– Claro que sí. ¿Por dónde? – Muy amigable, mientras rozo su hombro con mi mano caliente.

Mi nueva amiga me lleva por las gradas eléctricas y hacia la derecha, por un pasillo detrás de los baños, dónde se ven los tubos oxidados por los que se escucha fluir, sin nada de gracia, algo que no quisiera ver. Al fondo, la luz brillante ilumina una escalera de metal manchada con pintura. Majo sube, mientras yo la miro con muy malas intenciones. Cuando sus nalgas desaparecen en la luz, voy tras ella. Es como subir al cielo, claridad y viento. Al acostumbrarme al nuevo ambiente, veo que estamos en un lugar donde nadie debería subir, un espacio de dos metros por dos sin ninguna insinuación de baranda y con una inclinación abiertamente hostil. Me siento. Abajo la ciudad bulle en un ballet caótico y el esmog es como niebla navideña, el frenesí se extiende hacia el infinito desde todos los ángulos y a mí me da vértigo tanta humanidad. Estamos abrazados. Creo que fui yo quien se aferró, aterrado, de su suéter. La sostengo en un gesto paternal, antes que entre en cuenta de que no soy dueño del universo.

Es casi una niña, su pelo castaño ondea al viento, jugueteando con ojos tan negros que se confunde el iris con la pupila y facciones comunes, pero sin nada feo. Al ver su cuerpo, palpito como los viejos donde las putas. Me avergüenzo de mi propia humanidad. Ella habla de su vida con tal confianza, como si no la hubiera sustraído de su hábitat hace menos de media hora.

– El año pasado me gradué de la escuela, mi papá me pidió que trabajara entre semana y le ayudara con el gasto. Los sábados voy a la San Carlos.

– ¿A sí, y qué estudiás?– Le digo casi al oído, más por que no hay espacio que por caliente, genuinamente interesado por esta aparición de entre mis brazos.

– Profesorado en enseñanza media.

– Magisterio. ¿Te gustan los niños?

– No.

Ya no le sigo preguntando nada. Aprovecho el silencio para darle un beso en la mejilla, arriesgándome a que una reacción de rechazo nos envíe precipitándonos hacia el vacío. Pero no se mueve y su piel me transmite vida, me siento bien, cosa muy difícil en estos días y a como va el mundo. Extrañamente, ese beso me alteró más a mí que a ella. Los nervios me empujan a decir algo apropiado para la ocasión:

– Ya se siente la navidad, pareciera que Santa va a bajar en cualquier momento por entre esas nubes – Siendo un completo idiota, por la cursilería de mi observación y porque claramente, no son nubes.

– No sé – Contesta tranquila.– Nunca me gustó ese cuento.

– ¿Nunca creíste en Santa? – Le reclamé, encantado.

– No es que nunca haya creído en Santa Claus, es que Santa Claus nunca creyó en mí.

No entendí lo que quiso decir con eso, pero la beso en un arrebato. Su pelo al viento me acaricia como un pulpo en cortejo y su lengua tersa me recuerda a un durazno humedecido. Luz del sol y terciopelo. Me detengo y reparo en que ya es de noche, el frío me toma por asalto y meto las manos entre su suéter y blusa, mientras observo el mismo ballet grotesco, ahora interpretado por más luces de colores.

– ¿Y vos a qué te dedicas?– Pregunta sin especial interés, como por decir algo que venga al caso.

– Soy filósofo empírico.

Ríe. De su boca sale una bandada de pericas rosadas.– ¿Y eso qué es?

– Me la paso pensando cosas que a nadie le importan y que nadie entiende, aunque a mí me parezcan evidentes e importantes. A veces sostengo pláticas con filósofos académicos ortodoxos en las que no les entiendo, en la misma medida en que la gente no me entiende a mí. Luego descubro que mis ideas no son mías por que alguien, hace mucho tiempo, las pensó primero y se aseguró de apropiárselas al publicarlas en un libro lleno de ideas que a nadie le importaban en ese entonces y que a nadie le importarán jamás.

– O sea que trabajás ideas. – En un gesto de rechazo.

– Se pudiera decir, le robo las ideas a las cosas. – Profundo como un sermón evangélico.

– ¿A cualquier cosa?

– Cualquier cosa. A ver, preguntáme de algo. – Digo en un tono desafiante.

Ella frunce el ceño, en lo que supongo es un intento por pensar algo que me exponga como el imbécil que realmente soy – Habláme del amor.

– ¿No te parece superflua tu pregunta? No querés saber de Dios, del infinito, el ser y la nada...– Sin pestañear, manteniendo el mismo tono ridículo que usamos los mentirosos.

– No quiero.– Interrumpe, caprichosa.– Sólo quiero saber del amor.

– El amor surge naturalmente de la expresión sexual de dos individuos compatibles y los determina como monogámicos. Se da en algunas especies de animales como lazo biológico, alcanzado químicamente, aplicado a manera de sistema para cuidar de las crías y garantizar su supervivencia. El ser humano, al ser un animal monogámico, entra en esta cuenta. Sin embargo, el amor para la humanidad se encuentra determinado por dos factores adicionales al biológico. Uno es la capacidad para formar ideales a partir de estímulos externos y experiencias vivenciales, en concordancia con necesidades psicológicas específicas de cada individuo. Los ideales son representaciones abstractas de realidades inalcanzables. El otro factor es la existencia reconocida de dicho concepto, a manera de explicación para un conjunto de fenómenos, que la colectividad difunde y alimenta a cambio de contar con un orden establecido, el cual debe mantener a toda costa, y la comodidad de tener todas las respuestas. Visto de esta forma, el amor no existe, o por lo menos no de la manera en que nos gusta pensarlo. O tal vez sí, siendo algo tan simple que basta con pensarlo para que se manifieste, entonces nada nos diferenciaría en este momento de Romeo y Julieta, por ejemplo. ¿Entendiste?

– Sí. Romeo y Julieta. – Responde, satisfecha.

– ¡No! No entendiste. Nada es tan sencillo, la vida transcurre en un remolino de ideales e interpretaciones que nos dejan desnudos y tristemente agradecidos con la simple satisfacción de cada momento. Todo es irrelevante, intrascendente y carente de objetivo o finalidad. La regla es que no hay reglas y en el desorden, cada individuo constituye su propio infinito, compuesto por las impresiones estupidas que una vida sin sentido ha dejado en su mente, extremadamente limitada, y su cuerpo, patéticamente mortal. La humanidad ha forjado un mundo de imbeciles sin causa y las únicas fuerzas que atan a la maldad manifesta del hombre son las leyes de la física, su capacidad cognitiva y la ironía de su existencia.– La suelto y me levanto de un salto, me quito el suéter y sostengo un pie sobre el borde del edificio. Las flores del mal decide saltar de mis pantalones y viéndolo caer, me doy cuenta de la estupidez que estoy haciendo.

– Nada vale la pena, NADA. Si yo muriera en este momento, en un mes habría alguien retomando mi trabajo, un marica alquilaría mi apartamento y otro se estaría cogiendo a mi novia.– No debí haber dicho esa ύltima parte, pero no me detengo.– Lo único que dejaría... sería un grupo de gente que me recordaría nostálgicamente hasta que pase suficiente tiempo para que me olviden y sigan con sus vidas, una mancha en el cemento y una nota en el periódico del tipo X que saltó del techo de un centro comercial por que, aparentemente, le deprimían las épocas festivas.

Sus ojos se clavan en los míos y sus palabras resuenan como saliendo de la nube de esmog:

– ¡Saltá pues! Total no vas a cambiar nada; sólo esperá a que regrese adentro para que no piensen que yo te empujé. – Da la vuelta despacio, dirigiéndose al hoyo de dónde asoma la lengua de la escalera que luego se pierde en la humedad del pasillo. Pero regresa y me agarra del cincho gritándome al oído. – ¡Cómo serás de imbécil!

Me encanta como todos somos filósofos empíricos en algún momento de nuestras vidas.

La abrazo con fuerza y aspiro el perfume de su cuello acalorado mientras rodamos por el techo. Puedo sentir su corazón a través de la ropa, es una marcha marcial que me embriaga. La beso y la vuelvo a besar, meto las manos en su blusa, sus calzones blancos y su sostén de flores. Moluscos y crustáceos. Todo indica que estamos vivos.

Bajamos la escalera y salimos de la mano por el pasillo fétido. La dejo frente a la tienda con un beso en la mejilla. Ella me mira con infinita ternura, mordiéndose los labios, pensando qué decir y sin saber qué esperar.

– ¿Me dás tu número?

– No tengo celular, no me gustan esas mierdas. Pero dame el tuyo.– Mi voz se adelgaza a manera de ruego, mientras saco mi lapicero azul y un papel con dos ranas dibujadas de perfil.

Ella anota su número en el envés con un corazón y me besa como si hubiéramos estado juntos toda la vida, aύn sospechando que nunca me volverá a ver. Lo último que sé de ella son sus nalguitas pasando por la puerta de la zapatería.

En el camino de regreso al carro, saco mi pipa y fumo en el parqueo vacío. Entro, y el sillón está frío, la radio toca canciones navideñas que a mí me traen la extraña sensación de cuando termina una película. Mi teléfono suena en la guantera, yo contesto sin mirar el número:

– ¿Aló?

La voz del otro lado suena levemente aliviada: – ¿Mi amor?

Te he estado llamando todo el día y en la oficina me dijeron que no llegaste. Sabés que me tenés nerviosa Martín, desde que el vecino te dejó todo pijaceado porque saber ni de qué locura lo estabas tratando de convencer.

– Es que me entretuve aquí en el centro comercial flaquita, y dejé el celular en el carro.

¿A que no sabés lo que te compré?

– Sólo espero que no andés haciendo idioteces Martín.

2 comentarios:

  1. Gracias, pensé que nadie lo leía por ser muy largo. Revisándolo después de tu comentario me di cuenta que es misantrópico hasta los pelos, me cagué de la risa.

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