Estaba sentado, tronándome los huesos uno por uno, a punto
de levantar mis motetes –que ya estaban preparados dentro de mi cuarto – para irme y quizás nunca volver, nunca,
nunca volver. Hay veces que las ganas de regresar no bastan, son como las
palabras que ahora se me escapan, son cucarachas cuando abro una gaveta.
Sucede que cuando llegué pude ver un rótulo que leía: “0 ES
3”. “Vaya, qué originales”, fue lo que pensé sarcásticamente para mis adentros,
acostumbrado a despreciar conceptos, incluso antes de asimilarlos debidamente. Pero
las cosas de esta vida no son más de lo que hacemos con ellas, la serie de
impresiones e interpretaciones que constituyen nuestra existencia deben
dilapidarse todo el tiempo, son derechos civiles, hay que abusarlos para no
perderlos, y para empujarlos cada día más lejos hay que ser verdaderamente
malcriado.
Acostumbrado a correr hasta entonces, me encontré encariñado
a la arena que el día anterior daba vueltas en un caleidoscopio, antes todavía
guardaba huevos de tortuga y antes aún que eso, trató de matarme alejándose
cada vez más mientras el agua me chupaba hacia el misterio negro y frío que
esconde en sus tripas. Ahora que ya los perdoné a todos, no me puede importar
menos. En uno de esos pósters cursis leí que sólo el espíritu en paz es capaz
de contemplar la belleza verdadera. No estoy tan seguro, pero creo que puedo
hablar de un pesimismo resignado, una actitud emparejada, así como la del
borracho que jala.
Entonces le di vueltas al 0 es 3 y encontré verdades
propias, me demostró matemáticamente que nada es todo y que todo es nada. El
tiempo es como luz sellada en el interior de una esfera de espejos… entonces comprendí: Irse es quedarse y volver al mismo tiempo. Un acto que iguala a 3
actos que se cancelan al contradecirse, y que, por lo mismo, igualan a 0. Clavé
mi chancleta firme sobre la arena y levanté todas mis mierdas.
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